Actividades para la continuidad pedagógica
Practicas del lenguaje-
Profesora: Alejandra Ovejero Año 2020
1°2°
Pinocho el astuto
Había una vez Pinocho. Pero no el del
libro de Pinocho, otro. También era de madera, pero no era lo mismo. No le
había hecho Gepeto, se hizo él solo.
También él decía mentiras, como el
famoso muñeco, y cada vez que las decía se le alargaba la nariz a ojos vista,
pero era otro Pinocho: tanto es así que cuando la nariz le crecía, en vez de
asustarse, llorar, pedir ayuda al Hada, etcétera, tomaba un cuchillo, o sierra,
y se cortaba un buen trozo de nariz. Era de madera ¿no? así que no podía sentir
dolor.
Y como decía muchas mentiras y aún más,
en poco tiempo se encontró con la casa llena de pedazos de madera.
—Qué bien —dijo—, con toda esta madera
vieja me hago muebles, me los hago y ahorro el gasto del carpintero.
Hábil desde luego lo era. Trabajando se
hizo la cama, la mesa, el armario, las sillas, los estantes para los libros, un
banco. Cuando estaba haciendo un soporte para colocar encima la televisión se
quedó sin madera.
—Ya sé —dijo—, tengo que decir una
mentira.
Corrió afuera y buscó a su hombre,
venía trotando por la acera, un hombrecillo del campo, de esos que siempre
llegan con retraso a tomar el tren.
—Buenos días. ¿Sabe que tiene usted
mucha suerte?
—¿Yo? ¿Por qué?
—¡¿Todavía no se ha enterado?! Ha
ganado cien millones a la lotería, lo ha dicho la radio hace cinco minutos.
—¡No es posible!
—¡Cómo que no es posible…! Perdone
¿usted cómo se llama?
—Roberto Bislunghi.
—¿Lo ve? La radio ha dado su nombre,
Roberto Bislunghi. ¿Y en qué trabaja?
—Vendo embutidos, cuadernos y bombillas
en San Giorgio de Arriba.
—Entonces no cabe duda: es usted el
ganador. Cien millones. Le felicito.
—Gracias, gracias…
El señor Bislunghi no sabía si
creérselo o no creérselo, pero estaba emocionadísimo y tuvo que entrar a un bar
a beber un vaso de agua. Sólo después de haber bebido se acordó de que nunca
había comprado billetes de lotería, así que tenía que tratarse de una
equivocación. Pero ya Pinocho había vuelto a casa contento. La mentira le había
alargado la nariz en la medida justa para hacer la última pata del soporte.
Serró, clavó, cepilló ¡y terminado! Un soporte así, de comprarlo y pagarlo,
habría costado sus buenas veinte mil liras. Un buen ahorro.
Cuando terminó de arreglar la casa,
decidió dedicarse al comercio.
—Venderé madera y me haré rico.
Y, en efecto, era tan rápido para decir
mentiras que en poco tiempo era dueño de un gran almacén con cien obreros
trabajando y doce contables haciendo las cuentas.
Se compró cuatro automóviles y dos
autovías. Los autovías no le servían para ir de paseo sino para transportar la
madera. La enviaba incluso al extranjero, a Francia y a Burlandia.
Y mentira va y mentira viene, la nariz
no se cansaba de crecer. Pinocho cada vez se hacía más rico. En su almacén ya
trabajaban tres mil quinientos obreros y cuatrocientos veinte contables
haciendo las cuentas.
Pero a fuerza de decir mentiras se le
agotaba la fantasía. Para encontrar una nueva tenía que irse por ahí a escuchar
las mentiras de los demás y copiarlas: las de los grandes y las de los chicos.
Pero eran mentiras de poca monta y sólo hacían crecer la nariz unos cuantos
centímetros de cada vez.
Entonces Pinocho se decidió a contratar
a un «sugeridor» por un tanto al mes. El «sugeridor» pasaba ocho horas al día
en su oficina pensando mentiras y escribiéndolas en hojas que luego entregaba
al jefe:
—Diga que usted ha construido la cúpula
de San Pedro.
—Diga que la ciudad de Forlimpopoli
tiene ruedas y puede pasearse por el campo.
—Diga que ha ido al Polo Norte, ha
hecho un agujero y ha salido en el Polo Sur.
El «sugeridor» ganaba bastante dinero,
pero por la noche, a fuerza de inventar mentiras, le daba dolor de cabeza.
—Diga que el Monte Blanco es su tío.
—Que los elefantes no duermen ni
tumbados ni de pie, sino apoyados sobre la trompa.
—Que el río Po está cansado de lanzarse
al Adriático y quiere arrojarse al Océano
Indico.
Pinocho, ahora que era rico y súper
rico, ya no se serraba solo la nariz: se lo hacían dos obreros especializados,
con guantes blancos y con una sierra de oro. El patrón pagaba dos veces a estos
obreros: una por el trabajo que hacían y otra para que no dijeran nada. De vez
en cuando, cuando la jornada había sido especialmente fructífera, también les
invitaba a un vaso de agua mineral.
PRIMER FINAL
Pinocho cada día enriquecía más. Pero
no creáis que era avaro. Por ejemplo, al «sugeridor» le hacía algunos
regalitos: una pastilla de menta, una barrita de regaliz, un sello del Senegal…
En el pueblo se sentían muy orgullosos
de él. Querían hacerle alcalde a toda costa, pero Pinocho no aceptó porque no
le apetecía asumir una responsabilidad tan grande.
—Pero puede usted hacer mucho por el
pueblo —le decían.
—Lo haré, lo haré lo mismo. Regalaré un
hospicio a condición de que lleve mi nombre. Regalaré un banquito para los
jardines públicos, para que puedan sentarse los trabajadores viejos cuando
están cansados.
—¡Viva Pinocho! ¡Viva Pinocho!
Estaban tan contentos que decidieron
hacerle un monumento. Y se lo hicieron, de mármol, en la plaza mayor.
Representaba a un Pinocho de tres metros de alto dando una moneda a un
huerfanito de noventa y cinco centímetros de altura. La banda tocaba. Incluso
hubo fuegos artificiales. Fue una fiesta memorable.
SEGUNDO FINAL
Pinocho se enriquecía más cada día, y
cuanto más se enriquecía más avaro se hacía. El «sugeridor», que se cansaba
inventando nuevas mentiras, hacía algún tiempo que le pedía un aumento de
sueldo. Pero él siempre encontraba una excusa para negárselo:
—Usted en seguida habla de aumentos,
claro. Pero ayer me ha colado una mentira de tres al cuarto; la nariz sólo se
me ha alargado doce milímetros. Y doce milímetros de madera no dan ni para un
mondadientes.
—Tengo familia —decía el «sugeridor»—,
ha subido el precio de las patatas.
—Pero ha bajado el precio de los
bollos, ¿por qué no compra bollos en vez de patatas?
La cosa terminó en que el «sugeridor»
empezó a odiar a su patrón. Y con el odio nació en él un deseo de venganza.
—Vas a saber quién soy —farfullaba
entre dientes, mientras garabateaba de mala gana las cuartillas cotidianas.
Y así fue como, casi sin darse cuenta,
escribió en una de esas hojas: «El autor de las aventuras de Pinocho es Cario
Collodi».
La cuartilla terminó entre las de las mentiras.
Pinocho, que en su vida había leído un libro, pensó que era una mentira más y
la registró en la cabeza para soltársela al primero que llegara.
Así fue cómo por primera vez en su
vida, y por pura ignorancia, dijo la verdad. Y nada más decirla, toda la leña
producida por sus mentiras se convirtió en polvo y serrín y todas sus riquezas
se volatizaron como si se las hubiera llevado el viento, y
Pinocho se encontró pobre, en su vieja
casa sin muebles, sin ni siquiera un pañuelo para enjugarse las lágrimas.
TERCER FINAL
Pinocho se enriquecía más cada día y
sin duda se habría convertido en el hombre más rico del mundo si no hubiera
sido porque cayó por allí un hombrecillo que se las sabía todas; no sólo eso,
se las sabía todas y sabía que todas las riquezas de Pinocho se habrían
desvanecido como el humo el día en que se viera obligado a decir la verdad.
—Señor Pinocho, esto y lo otro: ponga
cuidado en no decir nunca la más mínima verdad, ni por equivocación, si no se
acabó lo que se daba. ¿Comprendido? Bien, bien. A propósito, ¿es suyo aquel
chalet?
—No —dijo Pinocho de mala gana para
evitar decir la verdad.
—Estupendo, entonces me lo quedo yo.
Con ese sistema el hombrecillo se quedó
los automóviles, los autovías, el televisor, la sierra de oro. Pinocho estaba
cada vez más rabioso pero antes se habría dejado cortar la lengua que decir la
verdad.
—A propósito —dijo por último el
hombrecillo— ¿es suya la nariz?
Pinocho estalló:
—¡Claro que es mía! ¡Y usted no podrá
quitármela! ¡La nariz es mía y ay del que
la toque!
—Eso es verdad —sonrió el hombrecito.
Y en ese momento toda la madera de
Pinocho se convirtió en serrín, sus riquezas se transformaron en polvo, llegó
un vendaval que se llevó todo, incluso al hombrecillo misterioso, y Pinocho se
quedó solo y pobre, sin ni siquiera un caramelo para la tos que llevarse a la
boca.
1)
Elegí el final que más te guste y explicá por qué
2)
Escribí un final distinto.
3)
Para imaginar y escribir:
·
- Inventa
una palabra mágica y explica para qué sirve.
·
- Eres
un objeto (un ropero, una linterna, un cortaúñas etc…) Cuenta cómo es tu vida.
·
- Inventa
tres personajes para una historia de terror.
·
-Escribe
la oración más larga posible, en la que todas las palabras empiecen por la
misma letra. Por ejemplo: Carlos Castillo comía calabaza cuando cayeron
coles cocidas cambiando colores campestres cuidadosamente...
4)
Lee y responde.
a)
¿Qué convertía al minotauro en un enemigo de Atenas?
b)
¿Quién libera a los atenienses de tan terrible castigo?
c)
¿Quién ayuda a Teseo y cómo?
El
Minotauro, Teseo y Ariadna
El minotauro era un monstruo con cabeza de
hombre y cuerpo de toro. Se llamaba Asterión y era hijo de Pasifae, esposa de
Minos, y de un toro.
Minos, asustado y avergonzado por el nacimiento
de este ser, mandó a construir un inmenso palacio (El laberinto) para
encerrarlo. El palacio estaba formado por un embrollo de salas y comedores, en
el que nadie, excepto Dédalo, su constructor, era capaz de encontrar la salida.
Minos encerró allí al monstruo, y cada año, le ofrecía en sacrificio siete jóvenes
y otras tantas doncellas, que le pagaba como tributo la ciudad de Atenas.
Teseo llegó desde Creta y se integró
voluntariamente a este grupo de jóvenes con el fin de matar al Minotauro.
Cuando Ariadna, hija de Minos y Pasífae, vio a Teseo, se enamoró perdidamente
de él y se propuso ayudarlo. Así, antes de que Teseo ingresara al laberinto, Ariadna le entregó un ovillo.
Luego de inmolar al Minotauro, el hilo de aquel
ovillo le indicó al joven el camino para salir de aquel confuso laberinto.
Grimal, Pierre: Diccionario de mitología griega
y romana (adaptación).
5)
Ordena alfabéticamente las siguientes palabras: herida-conflicto –animal- violento- dinero enfermedad-
elegir-absurdo-colores-nubes.
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